viernes, 31 de octubre de 2008

una etapa +

Estuve hablando con una amiga con la que comparto encuentros y desencuentros... Me ha alegrado la tarde, la verdad y me ha animado a escribir estas letras. En uno de sus mensajes me decía que me estaba convirtiendo en "espectador de mi propia vida"... no he parado de darle vueltas...

Durante años pensé que vivir la vida (válgame) era acumular experiencias, probar esto y lo otro, meterme en todos lados, no reprimir ninguna emoción, ningún capricho... Han pasado años (centenares me parecen ahora) y muchas personas por mi vida y alrededores. He procurado conoceros a todos y a cada uno en particular. ser partícipe de vuestras vidas, aunque sea un poquito y a tiempo parcial y echar una mano en lo que hiciese falta... El único peaje exigido ha sido echar un vistazo a vuestra vida y saber vuestros "porqué", conocer que es lo que os mueve.
La aventura ha sido intensa, agridulce, sabrosa... y en nuestro convivir he encontrado mucho cariño y generalmente magnificas personas. En eso me considero afortunado.

Y resulta que es solo una etapa.
Hay tomar todas esas experiencias y montarlas como si fuera una película. Hay que interpretar todo ello, organizarlo, darle sentido si queréis.
Llegado el punto es mejor una buena reflexión que cien experiencias habituales.
Durante un tiempo pensé que había que vivir todas las opciones, y sin embargo ahora creo que hay que agotar el camino, disfrutar de cada paso.

Lo realmente valiente no es abrir todas las puertas, sino elegir una y asumir las consecuencias... una vez al otro lado, ... tomar la decisión.

jueves, 16 de octubre de 2008

Engarzando...



Con el paso de los kilómetros, mientras conduzco camino de Zaragoza donde he quedado para encontrarme con Soraya, vienen a mi mente unas cuantas historias vividas con ella. En especial recuerdo una bastante peculiar en una de aquellas ocasiones en las que ella y yo quedábamos con Augusto; y éste normalmente acudía con su ocasional (o próxima) pareja.


Esa noche llovía continuamente sobre Valencia con cierta intensidad. Después de cenar, fuimos a tomar la primera copa con la amiga de turno de Augusto, una tal Amanda. Ya hemos coincidido otras noches y me extraña que Augusto repita tanto. Aunque conociéndola se explica: esta chica es todo un misterio.

Amanda es de andares felinos y flequillo despreocupado; se entretiene con cualquier cosa y no para mientras va sacándole todo su jugo y más, pero al mismo tiempo nada es suficiente para ella, siempre deseosa de encontrar ese “algo” fuera de normal. Muy leída en libros prohibidos y con una lengua ágil y afilada, con algunas lagunas en el conocimiento cotidiano, contrasta con su legendaria torpeza social a la hora de relacionarse en el día a día. En los momentos complicados, sin embargo es una amiga excepcional... en fin, ella es Amanda, única en su género.


Pasan las horas y la noche se va alargando. Un pub, otro y otro, copas, risas, chupitos, idas y venidas... No sé cómo pero a eso de las seis de la mañana nos encontramos apiñados debajo de un balcón protegiéndonos del agua helada que cae de esa nube puñetera, llamando a una extraña puerta metálica gris, sin ningún cartel ni señal ni sonido interior, en una concurrida avenida a las afueras de Valencia. Yo hubiera jurado que aquello era una puerta de servicio o una salida de incendios o hasta un transformador de Endesa... pero no, aquello es un after, y no solamente eso, Amanda entra como si por el pasillo de su casa fuera y le planta dos besos al tipo de la puerta con total familiaridad. Así pues, al compás de la célebre frase, “chico, la aventura es la aventura...” nos metemos en el agujero…


El local en cuestión es un pequeño refugio urbano algo tranquilo, oscuro, lleno de humo, con una pecera enorme aunque poco iluminada ocupando toda la pared del fondo, en la cual puedes encontrar de todo menos peces, por lo que estuve observando. No mucha gente, aunque de todos los colores. Después de situarnos en la barra, intercambiando miradas cómplices, comentarios picantes y besos etílicos, seguimos con el ritual de emborrachamiento mutuo que tanto nos gustaba... No hubiera pasado de ser una noche más, cuando tras ir al baño para ver mi borroso reflejo en el espejo y jurar (otra vez) no volver a beber, nos encontramos con el suceso estelar de la noche, cómo no, protagonizado por Amanda.


En una mesa del fondo del local hay cinco individuos, que ya al verlos malpiensas y los etiquetas como “peligrosos”. No solo eso, a las tantas de la mañana, todos ellos vestidos de traje de corte criollo, con aire sureño, morenos y cara de pocos amigos…. Humm… me da mala impresión.
Miro a Soraya y la veo en alerta, un puma en la noche. Su pecho cubierto de terciopelo negro latiendo acelerado, el vello de la nuca erizado, actitud alerta, silenciosa… Fijándome más, pero… está sacando fotos!… qué digo! pero si disimuladamente está grabando a los individuos con el móvil!. No evito mirarla, “¿Qué haces loca? No tienes ni idea de quien son esos tipos! Nos vamos a meter en problemas… otra vez
En aquel momento, Amanda está en la puerta del baño de “señoras” discutiendo con uno de ellos. Augusto, alerta siempre a los avatares de la minifalda de su chica se acerca a mediar con la armadura de flamante caballero andante. Al volver me comenta:
“Parece ser que el servicio de caballeros está cerrado y estos muchachos han optado por visitar el otro, pero que Amanda, ya sabéis vosotros como es, tiene una urgencia y mira… que se esperen. Ya entrarán después.”- explicación de Augusto.


Ni a Soraya ni a mí nos convence, pero claro, nosotros estamos al tema de grabar, así que, ni caso. En estos momentos, mientras disfrutamos abrazados y besándonos en la mismísima barra del bar, dando el espectáculo, el móvil de Soraya está dentro de su bolso entreabierto y grabándolos. Claro, hay que atraer la atención del respetable y los suspiros de Soraya mientras le mordisqueo el cuello son poco o nada discretos. Ni que decir tiene que los individuos no nos sacan los ojos de encima. Mis manos hace rato que bucean entre terciopelo y encaje negro y Soraya me tiene retenido con sus piernas alrededor de mi cintura. Siento sus talones clavarse contra la parte posterior de mis muslos… y sonrío… del móvil ni se han dado ni cuenta.
Amanda sale del baño y nos observa divertida. Nos comenta que de seguir así no va a tener más remedio que traerse a Augusto y participar en la fiesta, que ya está bien de montar el espectáculo… sin contar con ella! Entre bromas y veras, los segundos de grabación se van acumulando… y cada uno en su papel.
Soraya se tensa. ¿Un orgasmo?¿Ya? Noooo. Su mano oculta en mis pantalones sale disparada hacia su bolso. De un manotazo lo cierra mientras con la otra mano acaricia la culata de su revólver en el doble fondo de la chaqueta.
“¿Qué pasa?” – pregunto
“Vienen dos” - me dice en un susurro, mientras noto como tensa sus músculos discretamente.
Afortunadamente los tipos se encaran con Augusto aunque nos miran con desconfianza.
“Dile a tu chica que no juegue con nosotros, chavón. Que se esté quietita y no se meta en nuestros asuntos” - dice el más enojado de ellos.
“Eh eh, a ver qué pasa. Es el baño de las chicas. Sois vosotros los que no debíais entrar allá” – Ese es mi Augusto, un juez y parte ante todo. Interponiéndose entre ellos y la chica, porque Amanda, erguida de puntillas detrás de él no para de increparlos, les dice de todo.
“Debería daros vergüenza. Meterse en el váter de las chicas. Por mi haced lo que queráis pero al menos dejadme mear, ¿no?” – Bueno, bueno. Amanda también va un poco disparada.


Miro a Soraya quien, boquiabierta, no se explica la escena. Sigue alerta por si acaso, pero ya con expresión más divertida. Es una de las típicas enganchadas de noctámbulos de bar a las tantas y tantas... Me extraña que aquello tenga tanta miga. Es curioso que el tipo se haya dirigido a Augusto directamente en lugar de a la chica. Según veo, estos tipos (a primera vista me parecen centroamericanos pero no se precisar) no entienden que la mujer vaya sola a estos lugares ni que sea su propia interlocutora. Le hablan al macho, de igual a igual…pero vaya… esta noche han topado con Augusto… esto promete.


“Mira chico,” – Augusto francamente borracho e imitando el acento mejicano es impagable – “igual deberías pedirle disculpas a mi mamacita. No se me enojen, licenciados y tengamos la fiesta de la patrona en paz.” Ufff, esto no les va a gustar.
Ahora son los cinco los que están en pie. Augusto mantiene con el brazo a la desafiante Amanda detrás suyo mientras Soraya ya ha cambiado de tensión a presteza. Está lista para actuar en caso de que Augusto necesite ayuda “preventiva”. Las voces de los tipos ya no las entiendo y las manos se mueven muy deprisa. La situación está volviéndose altamente peligrosa. Una mirada de asentimiento entre Soraya y yo y nos levantamos para hacer costado a Augusto. La batalla ensombrece ya el horizonte.
Amanda, mueve su cabeza a ambos lados, se relaja el cuello y con voz de tiple cómica llama al que nos abrió la puerta al entrar, que ha resultado ser el dueño del local.
“Johnny, mira estos” – dijo. Increible. Su estilo, normalmente preciso y rápido, era una mezcla de escolar anglosajona náufraga y de Barbie superestar con problemas con el servicio domestico. En un segundo nos encontramos con 120 kilos de propietario como fuerza de interposición. Dos gruñidos, uno a cada bando, un ademán con la cabeza (porque no tiene cuello) y unos brazos cruzados apaciguan ambos bandos. Todos tenemos la seguridad de que el conflicto no sigue adelante por respeto a aquel hombre y porque no vale la pena dejarse la sangre en semejante moqueta.
Amanda sonríe al tal Johnny, le vuelve a besar y le comenta la mala calaña de la gente que viene a su bar. Estamos intranquilos. No sé cuánto tiempo tardarán aquellos en decidir si nos siguen a la calle o nos esperan fuera, pero algo harán seguro. Amanda lo sabe, se hace la ofendida, le toca el culo a Johnny mientras le guiña un ojo y se despide.
“Vámonos que se ve que aquí no se puede estar” – y toma camino a la salida… seguida por todos nosotros... A la salida nos dice: "No habeis pagado, verdad? Bien!"


* * * * *


Ya en coche, los cuatro parloteando como niños. Los vidrios empañados, las caras empapadas, los ojos rojos, las narices goteando… y con la risa nerviosa entrecortando la conversación. Las manos no paran. Tenemos la adrenalina disparada. No me gustan las peleas, jamás, pero tengo que estar ahí si les pasa algo a mis amigos.
Ya más serenos, conduciendo por la ciudad en penumbra bajo la tormenta que está cayendo, voy dándole vueltas a la cabeza. Algo no me cuadra. Tras unos minutos pensando en el numerito que he montado con Soraya y volviendo a notar alegría en mis pantalones, vuelvo a la realidad y le pregunto a Amanda:
- "¿Cómo es posible que esos tipos se molestaran tanto por semejante tontería? Yo no pensaba que fueran tan arrogantes."
- “Es normal” – dice ella encogiéndose de hombros – “yo en su lugar me habría puesto igual. Hubiera hecho lo mismo o más”.
- “¿Si? ¿Por entrar antes o después al baño?”.
-“Que va! ¿el baño dices? Ja ja ja ja” – Las mejillas de Amanda están al rojo vivo y su sonrisa ilumina el gris plomizo del cielo de Valencia – “Vi que estaban entrando al baño de uno en uno para meterse rayas. Estaban dándole a la nariz que no veas!... Así que de repente, me apeteció.”
- “¿Cómo? ¿Entraste en el baño y te hiciste una raya de coca de aquellos tipos?” – no quepo en mí mismo de asombro. ¿Es Amanda capaz realmente de aquello o me está tomando el pelo?
- “No hombre, no! ¿Cómo iba a hacer eso?” – hace una pausa dramática y por el retrovisor veo la comisura de sus delgados labios a punto de explotar. Soraya, acostumbrada ya a lo insólito la observa con ojos brillantes. Augusto, experto también en según qué lides, se teme lo que vendrá. – “Cómo se te ocurre que voy a meterme una raya allá sola en un baño tan sucio.” Los escrúpulos no son lo más notorio de Amanda, así que sé que hay truco pero no se cual.


Desdoblando un papel sacado de su sujetador negro nos dice:
“¿Veis? he cogido para todos. Allí había como para empolvar la nariz a treinta tíos. Venga, vamos a mi casa que aquí en medio de la calle me da vergüenza”.
Del frenazo que he pegado Soraya ha dado con su cabeza en el cristal. Dos semanas estuve cuidándole el chichón y cuatro más riéndonos de la aventura.

No sé cómo ni cuándo ni dónde perdí la pista de Amanda. Sé que un día la veré, me la encontraré en el sitio más insospechado, con alguna de sus identidades secretas a flor de piel. Nos guiñaremos un ojo, nos tocaremos el culo con pasión y seguiremos nuestro camino. Todas aquellas veces que me encontrado en callejones sin salida, en encrucijadas o en decisiones tipo “Guatemala o Guatepeor” pienso en ella. Para todos aquellos que piensan que las opciones son limitadas, que los caminos están trillados, que utilizan como excusa el “carpe diem”, que la aventura solo existe en la selva y que la vida es monótona, les diría que tomen buena nota. Cada segundo hay nuevas opciones, las veamos o no y solo aquellos que imaginan, que desean, en definitiva que viven pueden aprovecharlas. Otra cosa es si son convenientes, políticamente correctas, arriesgadas o no… pero aburridas, nunca.
Puede ser que ahora mismo esté maldiciendo a los jabalíes que le merodean por el jardín o arrullando a sus pequeños monstruos, bañándose en alguna poza del rio o escalando cualquier risco. Da igual, se que nos volveremos a cruzar y su clarividencia y atrevimiento serán superiores a lo esperado. Eso sí, sonrisas y besos que no falten.

Recordad todo esto es fruto de vuestra imagináción...